Mi verdad
- Nelly Fortet
- 10 abr 2016
- 10 Min. de lectura
Mi verdad suena tan potente que me temo algún lector espere una confesión con el mismo poder que aquel título ofrece. No es así, no soy así. No hay una historia triste, no soy una historia triste. He tenido la fortuna de ser bendecida con una buena vida, buenos padres, buena familia, comida, ropa, viajes y siempre algo con lo que entretenerme (televisión, Internet, juguetes, libros, etc).
Después de todo eso no sé qué se podría esperar de una entrada que se llame Mi verdad. Quizás eso, simplemente eso. La verdad de mí, aquello que me hace sentir bien y cómoda conmigo. Lo que me hace feliz.
Como ya dije antes vengo de una buena familia, no tan acomodada como para pasar mi infancia en Disney, pero sí como para tener vacaciones dentro de lo que se considera normal en donde vivo (La Serena, Pucón, etc). Sin embargo, siempre supe que todo lo que tenía era debido a mis padres, al gran esfuerzo que ambos habían hecho ya que los dos provenían de sectores muy pobres del país, y gracias a su esfuerzo -y solo su esfuerzo, porque jamás recibieron ayuda de alguien más- lograron salir adelante y darle a sus hijos una estabilidad con la que ellos ni siquiera llegaron a soñar.
Y ahí entro yo, la primera hija. Aquella a la que le dieron todo lo que podían darle, aquella que fue su luz y vida durante esos primeros años de matrimonio. Creo que dentro de todo fui fácil como hija, siempre fui responsable y estudiosa, claro que eso implica un trabajo de mis padres detrás, pero una vez que me dieron el empujón durante esos primeros años de colegio, bastó que me dejaran sola para seguir así y mejor. Siempre la alumna correcta, la hija respetuosa y obediente, jamás les falté el respeto y las peleas que tuvimos nunca fueron tan graves como para no solucionarlas con una conversación.
Pasaron los años y crecí, seguí siendo la mejor alumna -o dentro de los mejores- aquella que los profesores ocupaban para dar el ejemplo, la que nombraban para excluir de los sermones o la persona que los demás papás admiraban y le preguntaban de forma continua ¿cómo lo hacía?
Y bueno, ¿cómo lo hacía?
Ni idea, simplemente era parte de mí ser responsable y, al parecer, había nacido con cierta facilidad para aprender de forma rápida y sencilla, matemáticas jamás me resultó complicado ni leer tampoco. Podía destacar en todas las asignaturas del colegio -con excepción de Educación física, siempre he sido una vaga- sin mayor esfuerzo, porque era la verdad, tampoco lo intentaba con esmero.
Siempre crecí con la idea -inculcada por mis padres- de que podía ser lo que yo quisiera, lo que partía con que podía estudiar lo que quisiera en la universidad que quisiera. Solo tenía que quererlo y trabajar por ello. Siempre supe que iría a la universidad, no era un sueño y quizá ni siquiera una meta, solo un escalón. Tampoco dudaba que pudiera llegar a una de las universidades que se consideraban “buenas” en mi país (que no son muchas, la verdad). No sé si era confianza o vanidad, pero eran cosas que asumí que pasarían. No eran sueños porque eran factibles, porque las podía lograr. Estaba en mis manos.
Entré a la universidad -considerada por muchos la mejor universidad de mi país- sin siquiera hacer un preuniversitario (curso intensivo para preparar la prueba que se debe dar para lograrlo). Mis padres estaban orgullosos de mí, mi familia también pues era la primera en llegar a esa universidad -entiéndase que es la universidad a la que muchos alumnos aspiran- e incluso mis amigas, porque siempre me dijeron que era muy inteligente.
De ahí -la universidad- a llegar a ser lo que quisiera solo era un paso. Claro, un paso de varios años y harto esfuerzo, pero un paso. Si quería ser abogada o médica o ingeniera solo tenía que estudiarlo, sabía que dando lo mejor de mí podría incluso destacar y llegar a ser una buena profesional.
Por supuesto no era tan fácil como creí, pasé por unos momentos malos -más para mi ego que para mi rendimiento, pues solo estuve dentro del promedio, pero era algo a lo que no estaba acostumbrada- después de ello me propuse volver a tener ese sentimiento del colegio, en el que me sentía satisfecha con mi rendimiento. Porque tengo que confesar que mi pecado es el orgullo -justo después viene la gula y la pereza, muy pegaditas, tengo que confesar- y la idea de sentirme dentro del promedio de los estudiantes no me gustaba, para nada.
Lo hice, me esforcé y logré ser de las mejores. Ser esa alumna que sacaba la mejor nota, que el profesor reconocía, ser la que estaba en la lista -corta- de alumnos que no daban examen. Y me sentí bien conmigo, sentí que estaba al lugar que pertenecía, donde me sentía cómoda, donde me sentía yo misma.
Todo esto lo hice sin dejar nunca de escribir, empecé a los 13 años con cuentos y pensamientos sin orden, pero a los 17 nació la saga que ustedes conocen. Siempre le dediqué mucho tiempo y amor, porque simplemente lo adoraba. Escribir -y leer- eran mis dos mayores pasiones, lo que hacía en mi tiempo libre y en las tardes, a veces incluso mientras debía hacer algo más importante. Por supuesto que quería ver algún libro publicado, pero no era algo a lo que le dedicara mucho esfuerzo, mi principal meta era ser leída, aquellos mensajes que me dejaban de vez en cuando eran lo que de verdad quería.
Hasta la NaNoWriMo del año 2014 en la que escribí “El Bosque de Bollelemu”, novela que terminé dentro del mismo año y maqueté para tener una versión en papel por medio de SafeCreative. No recuerdo la fecha exacta, pero fue en abril o mayo del año siguiente que llegó el paquete. Yo ese año de universidad lo partí con muy pocas ganas, me sentía muy desmotivada y cansada de la carrera - a pesar de que no me estaba yendo mal, sino que por el contrario-.
Cuando abrí el paquete y vi el libro con mi nombre en la portada me fui a mi pieza, subí el volumen de la música y me puse a llorar desconsoladamente, fueron horas hasta que comencé a sentirme adormecida por tanto llorar.
Aprendí algo muy valioso ese día. Aprendí la diferencia entre algo que te gusta y algo que te apasiona. Durante mucho tiempo escuché sobre la vocación, escuché a personas hablar de lo que hacían y hacerlo con tal amor que era envidiable. No entendía cómo alguien podía amar tanto su trabajo o su carrera. No sabía si era una exageración o si aquel sentimiento llegaría con el tiempo.
Cuando vi el ejemplar de “El Bosque de Bollelemu”, lo entendí. Entendí que mi pasión -mi vocación- era esa, lo que tenía entre mis manos y veía entre las lágrimas que derramaba. Aquello que movía mi mundo, aquello para lo que estaba destinada, era escribir. Mi pasión era ser escritora. Esa era la verdadera yo. Esa era mi verdad.
Y dolió, dolió como pocas cosas lo han hecho. Me encontraba cursando el sexto año de universidad de una buena carrera en una buena universidad en la que había tenido buenos resultados, segura de que podría llegar a ser una profesional exitosa en el área… pero yo no quería eso -yo no quiero eso-. Me había equivocado. No sé si no me di cuenta de cuál era mi pasión o si lo descubrí demasiado tarde, cuando tomé las decisiones de dónde estudiar y qué estudiar me sentí segura, siempre me había gustado, siempre supe que ese sería mi camino, hasta que la vida de un golpe me dijo que iba por el equivocado.
Ha pasado cerca de un año desde ese momento y lamento decirles -en caso de que esperaran un final feliz, una moraleja o un revelación- que sigo igual. Por estar en los últimos años de carrera he tenido tantas cosas que hacer, tantos ramos y tanto por estudiar que una carrera que me gustaba se está volviendo algo que detesto. Estoy segura que no es la carrera, sino que el sistema educacional que es tan absorbente que no me permite ser algo más que una simple estudiante universitaria. Este exceso de trabajo y falta de tiempo merman la energía que tengo para dedicarle a lo que de verdad amo. No por eso dejo de hacerlo, pero sí lo hago menos. A veces tengo todo un día, sin embargo, soy incapaz de salir de la cama y prendo el computador solo para perder el tiempo y ver series.
La verdad es que amo estar frente a una página en blanco con todo mi corazón. Hay personas que se emocionan al estar frente a un camino, a su empresa, a materiales con los que construir, pinturas o un público. Yo me emociono frente a las infinitas posibilidades que hay en las palabras. Eso hace que mi corazón palpite.
Quiero ser escritora por el resto de mi vida, quiero vivir de lo que amo. Quiero demostrarles a mis padres y a todos los que me han dado una sonrisa incómoda cuando se los digo, que puedo hacerlo, que se puede hacer. No obstante, más que todo, quiero demostrarme a mí misma que puedo hacerlo. Que puedo vivir la vida que quiero, la que sueño y la que anhelo.
Estoy muy asustada -cansada y desmotivada a veces- porque no es tan fácil como lo era el camino profesional. Porque no basta con buenas notas, ser responsable y trabajo arduo. Para ser lo que quiero ser hay factores que están más allá de mi control. Incluso puede que la suerte sea uno de estos. La suerte de que la persona adecuada lea mi manuscrito y se encuentre con el humor para que le guste, suerte de que no haya tenido un mal día y esté cansada de las historias de fantasía y lo deseche antes de leerlo.
No pienso dejar de escribir. No podría aunque lo quisiera. Porque eso soy, soy una lectora y escritora en la misma medida en que soy una criatura aeróbica que necesita oxígeno para existir -y muchas otras cosas que la Tierra ha tenido la suerte de producir en su conjunto-. Si no escribo, si no leo muero poco a poco, mi cuerpo y mente me lo piden. Siempre estoy escribiendo, mi mente siempre está en eso. Inventando historias, inventando escenas -para personajes conocidos o para otros que son un misterio incluso para mí- o personajes. Es algo que siempre estoy haciendo y ni siquiera me doy cuenta.
Quisiera tener la confianza de que lo voy a lograr, como la que tenía con respecto a la universidad, pero no la tengo. Quizás es así porque ahora siento que realmente es importante, porque ahora sé que no es un escalón más, o al menos, no es uno entre muchos escalones. Es un escalón que vale la pena, es un escalón que anhelo.
Me gustaría decirles que dejé todo y probé suerte, más aún, me gustaría decirles que tuve miedo, pero fui valiente y me arriesgué. Que salté y en la caída me crecieron alas. No es así, no me alejé de mi zona de confort en la que se había vuelto la universidad, sin importar lo infeliz que me sintiera en ella -cosa que mis amigos mitigan en gran medida-, tampoco lo hice público, no les dije a mis padres ni a nadie más. Supongo que me avergonzaba que supieran que me había equivocado, que aquella chica segura y madura había tomado el camino equivocado, peor aún, me asustaba decirles cuál era el camino que de verdad quería tomar.
Porque seamos honestos, ¿qué padre quiere que su hija sea escritora? Sobre todo unos padres que habían pasado infancias complicadas y que se habían sacrificado para darte todas las posibilidades que pudieran. Creo que si no me hubiera ido bien, si no hubiera sido la buena estudiante que demostré ser, sería más fácil -para ellos y para mí- porque así sabrían que no era lo mío, pero mi “éxito” -dentro del mundo de la universidad y mi propia carrera- les demostraban que era lo mío, que yo podía, realmente, ser lo que quisiera como ellos siempre desearon para mí.
Sin embargo, aquellas puertas que mis padres me abrieron con la educación que me dieron, no eran las que yo quería. Las puertas que necesitaba abrirme -que necesito abrir- no estaban a su alcance.
No hay libros, no hay reglas mnemotécnicas, no hay leyes físicas o axiomas que deba aprenderme, no tengo que memorizar minerales y fórmulas, no tengo que aprender el comportamiento de ciertos elementos en el agua. Todo aquello que tenía que hacer para ser buena en mi carrera, no me sirve para lo que quiero. No hay manual, no hay profesores a los que preguntar, no hay compañeros que te expliquen en caso de que no entiendas.
Por el contrario, existe un torrente de personas que quieren exactamente lo mismo que yo, que tienen seguidores y fans, que tiene escritos que son famosos -sin ser necesariamente publicados- con varias lecturas y comentarios.
Elegir ser escritora es lanzarme a esa marea de personas ansiosas y deseosas de llegar a donde mismo. Y la espera duele, porque no puedes hacer más que solo seguir escribiendo. No tiene la misma lógica de la univesidad donde si me esfuerzo y estudio mucho tengo buenas notas. La relación no es directa. Los resultados no son inmediatos. Tengo que mandar un manuscrito y esperar, confiar que realmente lo lean y rogar por que les guste.
No tengo el camino “fácil” que algunos han tenido al ser rostros famosos dentro del medio y esto lo digo sin ánimo de críticas, porque la verdad no he leído los libros de los booktubers o youtubers, o de aquellos libros mega leídos en plataformas como Wattpad que les va tan bien que las editoriales los publican. Tampoco desmerezco el esfuerzo y trabajo que han hecho, para nada. Simplemente es envidia de llegar a ver ese libro en mis manos como los veo a ellos con sus ejemplares. Si una edición hecha por mí provocó un quiebre en mi vida, no sé cómo podría llegar a ser un ejemplar con edición profesional.
Como esto no es una historia no hay un final, de hecho, espero que no haya uno, no dentro de los siguientes años, porque aquí voy a estar. Porque voy a seguir escribiendo -ja, como si pudiera detenerme- y voy a seguir leyendo -mismo ja anterior-, también voy a seguir intentándolo, voy a seguir intentando conseguir más lectores y que alguna editorial se interese por mis escritos, ¿y si no es así? Bueno, seguiré como ahora. Si hay algo que me caracteriza es que soy terca -si no me creen, pregunten a mis padres- y sé que lo voy a lograr, quizá no tengo la misma confianza ciega de antes, pero lo sé.
Hay cosas que se descubren de golpe, que te quitan el aliento y hacen temblar tu mundo, mientras que, hay otras que simplemente se saben, son un conocimiento en los más profundo de tu corazón, un susurro que escuchas cuando duermes, pero que sabes tan cierto como tu nombre. Y el hecho de que lo voy a lograr es uno de ellos.
Si lograron llegar al final de esta entrada les doy las gracias, por tomarse su tiempo, por interesarse lo suficiente como para leerla.
Muchas gracias.
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